viernes, 4 de abril de 2014

Un cuento chino (一个中国故事)




http://orielfong.files.wordpress.com/2012/12/775590-incense-burning-at-a-temple-during-chinese-new-year-celebrations-in-qingdao-china.jpg
Foto: http://es.123rf.com/imagenes-de-archivo/burning_palace.html


“¿Cuándo se ha visto el funeral de un chino?”. Así me gustaba mamarle gallo a mis amigos cuando los veía comiendo lumpias, arroz frito o Chop Suey. Ellos siempre miraban sus platos, removían un poco esas carnitas condimentadas y sonreían con cara de asco. Pero digo que me gustaba, porque ya no le hago esa broma a nadie. No después de lo que me pasó.
Resulta que yo sí estuve en uno, en el funeral de Liang Hú, un amigo que murió en Buenos Aires el año pasado. Fui con Xavier García, poeta mexicano y hermano del alma, quien me lo presentó hace ya un buen tiempo en el Festival de poesía de Medellín. Curiosamente, coincidimos en varios recitales; y de tanto escucharnos y compartir medias de ron entre lecturas, terminamos volviéndonos como un dragón de tres cabezas. Conocíamos muy bien la agenda de festivales de poesía en todo el mundo. Sabíamos a cuáles ir, en cuáles nos financiaban todo. Quedamos en contacto y nos encontramos en varios. La idea era que leyéramos los tres, festejar a fondo, saborear la vida. Liang siempre le arrancaba más aplausos al público, pero eso no importaba. No sólo hablaba varios idiomas, entre ellos un español admirable –incluso argentinizado, lo que lo hacía más exótico–, sino que era todo un prodigio de los versos. No me voy a detener aquí para hablar de su poesía… pero sé lo que digo: era un genio, el muy hijo de perra. Por eso no me extrañó cuando supe que se había ganado el premio internacional de Beijing; ni cuando mencionaron que era el poeta más joven en recibirlo.
Se lo ganó, y lo que siguió fue una locura. Liang nos escribió diciendo que la mejor forma de gastarse los trescientos mil yuanes del premio, era haciendo una gira por varios festivales del mundo. Y así fue: Qinghai, Hong Kong, Singapur, Tetova, Lillehammer, Casa Blanca, Quebec, Granada… Buenos Aires. Yo, leyendo los mismos cuarenta poemitas de mi libro; Xavier los suyos, que yo ya podía recitar por él… y a duras penas comprábamos el licor, porque los pasajes y la estadía corrían siempre por cuenta de Mr. Hú: el poeta, el excéntrico, el ganador. El difunto. Pudo haberse quedado con toda esa plata… arreglarse la vida, seguir escribiendo, convertirse en el bardo más grande de aquí a Shanghái, pero cada quién verá cómo se gasta lo suyo… ¿o no? Él tenía su forma de hacer las cosas. Otros planes. “Morirse”, concluyen todos, incluidos nosotros dos.
Cuando llegamos a Argentina, el generoso presupuesto ya se estaba acabando; y entre hacer otra escala y gastarnos lo que quedaba en una noche, elegimos lo segundo. Tampoco hablo de eso, porque no acabo... Sólo diré que terminamos la fiesta a las seis de la mañana, y con el último billete de quinientos pesos, compramos una botella de Havana Club en un bar de niñas malas, y pagamos el taxi con el que terminó la gira poética. Liang tenía familia en Belgrano y se quedó a dormir allá. Xavier y yo dormimos todo el día en un hostal de San Telmo. Ya habíamos comprado los tiquetes B. A. – Bog. d. c.; B. A. – Méx. d. f. Salíamos al otro día por la noche, todo iba muy bien… hasta esa puerca llamada de la policía que lo jodió todo: Liang se había muerto, nos dijeron.

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