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“¿Cuándo
se ha visto el funeral de un chino?”. Así me gustaba mamarle gallo a mis
amigos cuando los veía comiendo lumpias, arroz frito o Chop Suey. Ellos siempre
miraban sus platos, removían un poco esas carnitas condimentadas y sonreían con
cara de asco. Pero digo que me gustaba,
porque ya no le hago esa broma a nadie. No después de lo que me pasó.
Resulta que yo sí estuve en uno, en el
funeral de Liang Hú, un amigo que murió en Buenos Aires el año pasado. Fui con
Xavier García, poeta mexicano y hermano del alma, quien me lo presentó hace ya
un buen tiempo en el Festival de poesía de Medellín. Curiosamente, coincidimos
en varios recitales; y de tanto escucharnos y compartir medias de ron entre
lecturas, terminamos volviéndonos como un dragón de tres cabezas. Conocíamos
muy bien la agenda de festivales de poesía en todo el mundo. Sabíamos a cuáles
ir, en cuáles nos financiaban todo. Quedamos en contacto y nos encontramos en
varios. La idea era que leyéramos los tres, festejar a fondo, saborear la vida.
Liang siempre le arrancaba más aplausos al público, pero eso no importaba. No
sólo hablaba varios idiomas, entre ellos un español admirable –incluso
argentinizado, lo que lo hacía más exótico–, sino que era todo un prodigio de
los versos. No me voy a detener aquí para hablar de su poesía… pero sé lo que
digo: era un genio, el muy hijo de perra. Por eso no me extrañó cuando supe que
se había ganado el premio internacional de Beijing; ni cuando mencionaron que
era el poeta más joven en recibirlo.
Se lo ganó, y lo que siguió fue una
locura. Liang nos escribió diciendo que la mejor forma de gastarse los
trescientos mil yuanes del premio, era haciendo una gira por varios festivales
del mundo. Y así fue: Qinghai, Hong Kong, Singapur, Tetova, Lillehammer, Casa
Blanca, Quebec, Granada… Buenos Aires. Yo, leyendo los mismos cuarenta poemitas
de mi libro; Xavier los suyos, que yo ya podía recitar por él… y a duras penas
comprábamos el licor, porque los pasajes y la estadía corrían siempre por
cuenta de Mr. Hú: el poeta, el excéntrico, el ganador. El difunto. Pudo haberse
quedado con toda esa plata… arreglarse la vida, seguir escribiendo, convertirse
en el bardo más grande de aquí a Shanghái, pero cada quién verá cómo se gasta
lo suyo… ¿o no? Él tenía su forma de hacer las cosas. Otros planes. “Morirse”,
concluyen todos, incluidos nosotros dos.
Cuando llegamos a Argentina, el generoso
presupuesto ya se estaba acabando; y entre hacer otra escala y gastarnos lo que
quedaba en una noche, elegimos lo segundo. Tampoco hablo de eso, porque no
acabo... Sólo diré que terminamos la fiesta a las seis de la mañana, y con el
último billete de quinientos pesos, compramos una botella de Havana Club en un bar de niñas malas, y pagamos
el taxi con el que terminó la gira poética. Liang tenía familia en Belgrano y
se quedó a dormir allá. Xavier y yo dormimos todo el día en un hostal de San
Telmo. Ya habíamos comprado los tiquetes B. A. – Bog. d. c.; B. A. – Méx. d. f.
Salíamos al otro día por la noche, todo iba muy bien… hasta esa puerca llamada
de la policía que lo jodió todo: Liang se había muerto, nos dijeron.
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