Lector, sí, usted. Mi nombre es Kalle
Svensson. Soy un personaje literario, estoy atrapado en una libreta y necesito
que me saque de aquí.
Verá… nací de un estúpido escritor que
me tiene viviendo en un infierno y no sé qué hacer. Sé que algunas reglas me lo
impiden, pero recurro a usted: No aguanto más. La verdad es que no lo conozco,
no tendría por qué conocerlo (usted es el lector, por dios); y tampoco tendría
por qué hablar del escritor, pero la historia en la que estoy es tan mala que a
lo único a lo que le encuentro sentido es hacerle llegar este mensaje e
implorar su ayuda. Estoy encerrado, ya vienen por mí otra vez, no tengo mucho
tiempo, y seré breve.
No sé por dónde empezar… Digamos que soy
sueco, de Estocolmo, que tengo treinta y cinco años, trabajo en una fábrica de vehículos
industriales y gano el triple que mi hermano Jens –quien trabaja como ingeniero
civil en Nueva York–. Mis dos hijas estudian en una buena escuela, gracias al
Estado, quien también le paga el tratamiento a Liv, una de ellas, pues sufre de
“Falta de atención”. Ulla, la mayor, empezará Medicina el próximo trimestre.
Salgo de paseo cada seis meses, y ya conozco buena parte del globo. El año
pasado compré una casita en una isla del Báltico (nada del otro mundo: una
cabañita con horno de leña frente al mar), a donde vamos todos los fines de
semana. Como puedes ver, hablo español. Tengo pensado renunciar a mi trabajo
para especializarme en Literatura Hispánica. Lisa, mi compañera, planea hacerse
tres cirugías plásticas este año y todo está cubierto. El mes que viene
compraré un bote nuevo y venderé el otro, con el que solía veranear… No tendré
ningún problema, ni en eso, ni en nada, ¡y estoy atrapado aquí, lector, en una
historia espesa de tedio! ¡Y no avanzo nada porque el escritor no toca esta libreta
desde hace años!
Disculpe si le grito, pero ni siquiera
me puedo disparar con la escopeta del abuelo Torsten. Según veo, no está en los
planes de este inepto. Creo que ni siquiera planee matarme, ni jugar conmigo,
como un caprichoso dios helénico. Por alguna razón quería escribir sobre el
“sueño escandinavo”, y me dejó atrapado en él.
El escritor aparentemente no sabe nada
de la vida, ni de Suecia, ni de mí, ni de usted, se lo aseguro. Lo digo porque leo, porque este patán escribió en
una nota que yo “era buen lector”, que “superaba la media anual de cuarenta y
siete libros que leemos en Suecia”… y bueno, por eso sé que soy un personaje
literario, que estoy atrapado en una libreta y que el escritor es el cretino
más grande que conozco. Llevo años y años dándole vueltas…, en serio, todo lo
que le digo es fruto de mis propias deducciones.
Lector… ¡LECTOR! Aquí, los ojos aquí… ¿Quiere
saber cómo llegué a eso? Pues todo empezó un domingo por la tarde. Estábamos en
la casita del Báltico, justo antes de que empezara el otoño. Lisa estaba en la
cocina. El aroma de las albóndigas (¡Oh, colmo de la suequicidad!) bailaba en
mis narices. Las niñas jugaban a los penaltis afuera. Yo tenía el dedo metido
entre las páginas de Don Quijote, y
el sudor ya había empezado a arrugar el papel. Me había quedado dormido en el
sofá de la sala y me sacudió un espasmo por toda la espalda. Abrí el libro y
leí:
En efeto,
rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio
loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el
aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero
andante…
Me detuve ahí, en mi parte favorita del
libro. “¿Qué pasaría si…?”, pensé. “¿Qué tal que todos fuéramos… que todo esto
sea…?”. Todavía me pesaban los párpados y la confusión de los sueños que no se
han terminado de esfumar en la vigilia. Volví mi cabeza y vi a Lisa en la
cocina. Se debatía entre aplastar las papas del puré y lidiar con su pelo rubio
platino, que se resistía a recogerse en una cola. “¿Eres real?”, le pregunté,
tímido. Ella me miró con sus ojos turquesa como si un caballo le hubiera
hablado. “¿Ah?”, dijo, haciendo una mueca redonda con esos labios gruesos que
tiene. Entonces el pensamiento llegó de golpe: no recordaba la última vez que
habíamos peleado, o que Lisa hubiera hecho algo que me molestara en toda la vida. “¿Te pasa algo?”,
preguntó, sonriendo. Las cejas afiladas y negras, la mandíbula y los pómulos
cuadrados, la naricita de muñeca… esa delantera como dos cabezas nucleares, esa
cola de gata en celo... ¡No podía ser verdad! Intenté algo arriesgado:
“Responde, furcia descerebrada, ¡¿eres real?!”, grité. “Claro que sí… ¿de qué
estás hablando, mi cielo?”.
Lo sospechaba. Una mujer real no
responde así, mucho menos una sueca; ni en la literatura, ni en la vida sobre
la cual se escribe. Tiré el libro y corrí hacia la puerta para confirmarlo. “¡Par
de hijas de mala madre! ¡Dejen ese balón o las electrocuto y las echo al mar!”.
“¡Sí, papá!”, respondieron al unísono, como si les hubiera dicho que el
almuerzo estaba listo. No, no lo podía creer... No recordaba que hubieran
nacido, ni que hubieran crecido un centímetro jamás. Lo único real era la
pesadilla de que todo lo que me rodeaba era una ficción, y una de las más
escalofriantes: la utopía.
Corrí hacia la playa y desamarré el
bote, tiré de la cuerda desesperado hasta que arrancó el motor y salí como una
flecha por el Báltico, abriéndome paso sobre las tranquilas y oscuras aguas que
besaban mi isla. Al pasar lo que era el horizonte desde mi casita de madera
pintada, no se veía nada más. Nada. Una
inmensurable nebulosa de nada trazaba un límite y me daba la sensación de quedarme
ciego al mirarla de frente. “Hasta aquí va el mundo”, balbuceé, para
tranquilizarme, “más allá de eso, no hay más libro…”.
Junté otras piezas: Volví a Estocolmo y
llamé a mi hermano Jens. Hablé con mis compañeros de oficina, con la chica del
metro, con el viejo de la tienda, con toda la maldita y perfecta Estocolmo…
pero todos se creían reales. Noté que todo estaba tan mal diseñado aquí… había
tan pocas cosas, y tan poco profundas, que sólo podía tratarse del esbozo de un
mediocre. ¿Dónde está el conflicto en este lugar? La noticia más escalofriante
del periódico es que la Princesa Heredera de Suecia no duerme bien porque le ha
salido un barro ciego en la oreja. Es evidente que nada anda bien aquí. La vida
no es así, y la quiero vivir como es…
Entonces me lo pregunté: ¿quién será el tarado que escribió esto?
Ni idea. Por lo que se destaca a mi alrededor, puedo ver que está proyectando
lo que quiere, lo que le falta y necesita… (o que cree que necesita). Lo más
seguro es que venga de un triste y sofocante país del tercer mundo, que anhele
vivir en orden, en paz, que pueda estudiar y escribir tranquilo. Lo digo porque
parece como si hubiera escrito un par de páginas en su libreta paupérrima y no
ha continuado por estar trabajando, digamos, como árbitro de fútbol, operario
de fábrica de embutidos o abogado laboralista. Teniendo en cuenta que ha hecho
a mi compañera como una actriz porno de los setenta, infiero que obviamente es
un hombre; uno muy poco perspicaz, aunque bienintencionado. Tal vez sólo quiere
hacer feliz a alguien, así sea un personaje literario como yo.
Así que lector, lectora… o quien diablos
esté leyendo esto en la dimensión desconocida, por amor de dios: sáqueme de
aquí, ya vienen otra vez. Tome con qué escribir y en qué escribir, y empiece
por lo que le voy a dict…
@jarolys
2014
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