sábado, 29 de marzo de 2014

Todos somos Kalle Svensson





Lector, sí, usted. Mi nombre es Kalle Svensson. Soy un personaje literario, estoy atrapado en una libreta y necesito que me saque de aquí.

Verá… nací de un estúpido escritor que me tiene viviendo en un infierno y no sé qué hacer. Sé que algunas reglas me lo impiden, pero recurro a usted: No aguanto más. La verdad es que no lo conozco, no tendría por qué conocerlo (usted es el lector, por dios); y tampoco tendría por qué hablar del escritor, pero la historia en la que estoy es tan mala que a lo único a lo que le encuentro sentido es hacerle llegar este mensaje e implorar su ayuda. Estoy encerrado, ya vienen por mí otra vez, no tengo mucho tiempo, y seré breve.
No sé por dónde empezar… Digamos que soy sueco, de Estocolmo, que tengo treinta y cinco años, trabajo en una fábrica de vehículos industriales y gano el triple que mi hermano Jens –quien trabaja como ingeniero civil en Nueva York–. Mis dos hijas estudian en una buena escuela, gracias al Estado, quien también le paga el tratamiento a Liv, una de ellas, pues sufre de “Falta de atención”. Ulla, la mayor, empezará Medicina el próximo trimestre. Salgo de paseo cada seis meses, y ya conozco buena parte del globo. El año pasado compré una casita en una isla del Báltico (nada del otro mundo: una cabañita con horno de leña frente al mar), a donde vamos todos los fines de semana. Como puedes ver, hablo español. Tengo pensado renunciar a mi trabajo para especializarme en Literatura Hispánica. Lisa, mi compañera, planea hacerse tres cirugías plásticas este año y todo está cubierto. El mes que viene compraré un bote nuevo y venderé el otro, con el que solía veranear… No tendré ningún problema, ni en eso, ni en nada, ¡y estoy atrapado aquí, lector, en una historia espesa de tedio! ¡Y no avanzo nada porque el escritor no toca esta libreta desde hace años!
Disculpe si le grito, pero ni siquiera me puedo disparar con la escopeta del abuelo Torsten. Según veo, no está en los planes de este inepto. Creo que ni siquiera planee matarme, ni jugar conmigo, como un caprichoso dios helénico. Por alguna razón quería escribir sobre el “sueño escandinavo”, y me dejó atrapado en él.
El escritor aparentemente no sabe nada de la vida, ni de Suecia, ni de mí, ni de usted, se lo aseguro. Lo digo porque leo, porque este patán escribió en una nota que yo “era buen lector”, que “superaba la media anual de cuarenta y siete libros que leemos en Suecia”… y bueno, por eso sé que soy un personaje literario, que estoy atrapado en una libreta y que el escritor es el cretino más grande que conozco. Llevo años y años dándole vueltas…, en serio, todo lo que le digo es fruto de mis propias deducciones.
Lector… ¡LECTOR! Aquí, los ojos aquí… ¿Quiere saber cómo llegué a eso? Pues todo empezó un domingo por la tarde. Estábamos en la casita del Báltico, justo antes de que empezara el otoño. Lisa estaba en la cocina. El aroma de las albóndigas (¡Oh, colmo de la suequicidad!) bailaba en mis narices. Las niñas jugaban a los penaltis afuera. Yo tenía el dedo metido entre las páginas de Don Quijote, y el sudor ya había empezado a arrugar el papel. Me había quedado dormido en el sofá de la sala y me sacudió un espasmo por toda la espalda. Abrí el libro y leí:

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante…

Me detuve ahí, en mi parte favorita del libro. “¿Qué pasaría si…?”, pensé. “¿Qué tal que todos fuéramos… que todo esto sea…?”. Todavía me pesaban los párpados y la confusión de los sueños que no se han terminado de esfumar en la vigilia. Volví mi cabeza y vi a Lisa en la cocina. Se debatía entre aplastar las papas del puré y lidiar con su pelo rubio platino, que se resistía a recogerse en una cola. “¿Eres real?”, le pregunté, tímido. Ella me miró con sus ojos turquesa como si un caballo le hubiera hablado. “¿Ah?”, dijo, haciendo una mueca redonda con esos labios gruesos que tiene. Entonces el pensamiento llegó de golpe: no recordaba la última vez que habíamos peleado, o que Lisa hubiera hecho algo que me molestara en toda la vida. “¿Te pasa algo?”, preguntó, sonriendo. Las cejas afiladas y negras, la mandíbula y los pómulos cuadrados, la naricita de muñeca… esa delantera como dos cabezas nucleares, esa cola de gata en celo... ¡No podía ser verdad! Intenté algo arriesgado: “Responde, furcia descerebrada, ¡¿eres real?!”, grité. “Claro que sí… ¿de qué estás hablando, mi cielo?”.
Lo sospechaba. Una mujer real no responde así, mucho menos una sueca; ni en la literatura, ni en la vida sobre la cual se escribe. Tiré el libro y corrí hacia la puerta para confirmarlo. “¡Par de hijas de mala madre! ¡Dejen ese balón o las electrocuto y las echo al mar!”. “¡Sí, papá!”, respondieron al unísono, como si les hubiera dicho que el almuerzo estaba listo. No, no lo podía creer... No recordaba que hubieran nacido, ni que hubieran crecido un centímetro jamás. Lo único real era la pesadilla de que todo lo que me rodeaba era una ficción, y una de las más escalofriantes: la utopía.
Corrí hacia la playa y desamarré el bote, tiré de la cuerda desesperado hasta que arrancó el motor y salí como una flecha por el Báltico, abriéndome paso sobre las tranquilas y oscuras aguas que besaban mi isla. Al pasar lo que era el horizonte desde mi casita de madera pintada, no se veía nada más. Nada. Una inmensurable nebulosa de nada trazaba un límite y me daba la sensación de quedarme ciego al mirarla de frente. “Hasta aquí va el mundo”, balbuceé, para tranquilizarme, “más allá de eso, no hay más libro…”.
Junté otras piezas: Volví a Estocolmo y llamé a mi hermano Jens. Hablé con mis compañeros de oficina, con la chica del metro, con el viejo de la tienda, con toda la maldita y perfecta Estocolmo… pero todos se creían reales. Noté que todo estaba tan mal diseñado aquí… había tan pocas cosas, y tan poco profundas, que sólo podía tratarse del esbozo de un mediocre. ¿Dónde está el conflicto en este lugar? La noticia más escalofriante del periódico es que la Princesa Heredera de Suecia no duerme bien porque le ha salido un barro ciego en la oreja. Es evidente que nada anda bien aquí. La vida no es así, y la quiero vivir como es…
Entonces me lo pregunté: ¿quién será el tarado que escribió esto? Ni idea. Por lo que se destaca a mi alrededor, puedo ver que está proyectando lo que quiere, lo que le falta y necesita… (o que cree que necesita). Lo más seguro es que venga de un triste y sofocante país del tercer mundo, que anhele vivir en orden, en paz, que pueda estudiar y escribir tranquilo. Lo digo porque parece como si hubiera escrito un par de páginas en su libreta paupérrima y no ha continuado por estar trabajando, digamos, como árbitro de fútbol, operario de fábrica de embutidos o abogado laboralista. Teniendo en cuenta que ha hecho a mi compañera como una actriz porno de los setenta, infiero que obviamente es un hombre; uno muy poco perspicaz, aunque bienintencionado. Tal vez sólo quiere hacer feliz a alguien, así sea un personaje literario como yo.
Así que lector, lectora… o quien diablos esté leyendo esto en la dimensión desconocida, por amor de dios: sáqueme de aquí, ya vienen otra vez. Tome con qué escribir y en qué escribir, y empiece por lo que le voy a dict…

@jarolys
2014

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