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—¿Vos qué hacés?— me preguntó, sentándose en el
bordecito de la acera y prendiendo el cigarrillo.
—Estudio Derecho— respondí. —¿Y vos?
—Robo— dijo, y me reí pensando que era una curiosa
coincidencia.
Esa noche me di el primer beso con la noviecita que
me había acabado de conseguir. Iban a ser las once de la noche y no me le
quería despegar. Ella vivía en Prado Centro y yo en Envigado.
—Te va a dejar el Metro— me advirtió, pero en medio
de eseagüevis, ¿quién hace caso? Claro, cuando volví a ver la hora en mi
relojito de bolsillo, ya eran las doce pasadas. Estaba en vacaciones de la
Universidad, y eso implica dos cosas: la primera es que la responsabilidad más
grande es bañarse, y la segunda es que la ausencia de plata en el bolsillo es
total. Sólo tenía un tiquete con un viaje (cuando los vendían dobles) y el
relojito que me había comprado la otra vez que fuial Centro, en un agáchese por
cinco mil.
Salí a caminar, y me demoré tres horas hasta las
lomas de Envigado. No tenía espacio, ni confianza en la casa de mi nueva novia…
ni con qué pagarle a un taxista al llegar a la mía. Lo que me sobraba era
enamoramiento y despreocupación, ¿porque qué le puede pasar de malo a uno a esa
edad…? Cuando iba a cruzar San Juan, para seguir hasta San Diego, y de ahí por
la avenida hasta El Poblado, siento una
voz que me dice…:
—¡Entonces qué, Peludo!
Cachucha hasta los ojos, camiseta dos tallas más
grandes que él, mochos camuflados, tenis sin cordones, escapulario en el
tobillo, una sonrisa en la boca y la mano extendida en diagonal hacia mí.
—¿Tenés candelita?— preguntó.
—Nada hermano.
—¿A dónde vas a esta hora, pues?
—A Envigado— respondí, como con una licuadora en
las tripas. Se me quedó mirando de arriba abajo, extrañado al principio,
resignado después, y sacó un cigarrillo.
—¿Y no tenés nada…?
—…
—¿Nada, nada?
—Pues… no estaría caminando. ¿Te sirve un tiquete
del Metro?
Resopló y sacó una candela.
Me compartió el cigarrillo y le conté lo de la
novia. Él me contó sobre su vida, la historia de algunas cicatrices que tenía
en los brazos y en el abdomen… sacó un cuchillo curvo como para abrir en dos a
un cocodrilo y me mostró cómolo usó la vez que tuvo que matar.
Se acabó el cigarrillo y me palmeó la espalda, dejándome
ir.
—Esperáte— le dije, saqué el relojito de bolsillo y
se lo entregué. –Es un regalo.
Esas son las cosas que uno dice y hace momentos
después de haberle dadoel primer beso a la novia. Él abrió los ojos y tiró la
cabeza para atrás.
—¿Cómo así?—sonrió, nervioso. Se palpó el cuerpo,
buscando algo que darme y terminó entregándome el cuchillo con su mano
temblorosa. Se lo devolví: ¿yo qué iba a hacer con eso? Hizo cara de que nunca
le regalaban nada y pensé que tendría una historia que contar, y que no le iban
a creer.
Le di la mano y seguí caminando.
@jarolys
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