martes, 12 de noviembre de 2013

Bloody Mary


De todo he visto en el sangriento pub de Mary. Todos los días lo mismo y nada, no me canso.
La última vez fueron tres mexicanos, ebrios de sus tragos infames y de la gloria de su equipo de fútbol. Pidieron tequila a gritos, en español, como si ganar un partido en Londres les diera permiso de ser los amos de todo el maldito mundo. El barman, un suequito menudo, estaba picando una rama de apio frente a mí y sonrió, inocente. “No tequila, no español”, les dijo. Pero el trío de mexicanos, como con tabasco en las venas, agarraron al pobre sueco y lo zarandearon para que se los diera todo. “¿Qué clase de cantina es esa, que no venden tragos pa machos?”, chillaron, en ese inglés chapoteado que hablan.
“¡Esto es un pub, y esto es Inglaterra!”, interrumpió uno de los tres hooligans que recién habían entrado, persiguiéndolos desde el estadio, digo yo. “¿Quieres un poco de salsa, machou?”, les preguntó. Los mexicanitos se volvieron ante los tres mastodontes con bufandas de su equipo derrotado, y se quedaron mirándolos, sin saber qué decir. “¿Qué estás mirando, furcia?”, gritó uno de ellos. Y yo, que nada, que tranquila, que comiendo apio, que era un país libre y todo eso, pensando que tenía que ver conmigo. “Tú no”, escupió otro, y tomó un salero y lo lanzó hacia uno de los mexicanos que estaba detrás de mí, como para señalarme con quién era la cosa; y éste le respondió con el molino de pimienta, y un limón, y un puñado de hielos… Le hubiera lanzado una morsa si la tuviera a la mano.
Entonces me hice a un lado y el barman le quebró una botella de vodka en la quijada al mexicano lanzador, los tres hooligans saltaron a la carga y la sangre corrió como jugo de tomate por el viejo pub de Mary.
Todo quedó revuelto, aunque no muy mucho: nada que no hubiera visto antes. Terminé con el tallo de apio que tenía en la boca, lancé las hojas sobre el reguero rojo y me fui.

Josef Karolys, 2013

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