La última vez fueron tres mexicanos,
ebrios de sus tragos infames y de la gloria de su equipo de fútbol. Pidieron
tequila a gritos, en español, como si ganar un partido en Londres les diera
permiso de ser los amos de todo el maldito mundo. El barman, un suequito
menudo, estaba picando una rama de apio frente a mí y sonrió, inocente. “No
tequila, no español”, les dijo. Pero el trío de mexicanos, como con tabasco en
las venas, agarraron al pobre sueco y lo zarandearon para que se los diera
todo. “¿Qué clase de cantina es esa, que no venden tragos pa machos?”,
chillaron, en ese inglés chapoteado que hablan.
“¡Esto es un pub, y esto es Inglaterra!”,
interrumpió uno de los tres hooligans que recién habían entrado,
persiguiéndolos desde el estadio, digo yo. “¿Quieres un poco de salsa, machou?”, les preguntó. Los mexicanitos
se volvieron ante los tres mastodontes con bufandas de su equipo derrotado, y
se quedaron mirándolos, sin saber qué decir. “¿Qué estás mirando, furcia?”,
gritó uno de ellos. Y yo, que nada, que tranquila, que comiendo apio, que era
un país libre y todo eso, pensando que tenía que ver conmigo. “Tú no”, escupió
otro, y tomó un salero y lo lanzó hacia uno de los mexicanos que estaba detrás
de mí, como para señalarme con quién era la cosa; y éste le respondió con el
molino de pimienta, y un limón, y un puñado de hielos… Le hubiera lanzado una
morsa si la tuviera a la mano.
Entonces me hice a un lado y el barman
le quebró una botella de vodka en la quijada al mexicano lanzador, los tres
hooligans saltaron a la carga y la sangre corrió como jugo de tomate por el
viejo pub de Mary.
Todo quedó revuelto, aunque no muy mucho:
nada que no hubiera visto antes. Terminé con el tallo de apio que tenía en la
boca, lancé las hojas sobre el reguero rojo y me fui.
Josef Karolys, 2013
No hay comentarios.:
Publicar un comentario