Toda modernidad artística se desprende de
tendencias que han dejado de ser contemporáneas. ¿Cómo es eso? Empecemos por
entender la modernidad y la contemporaneidad como conceptos esencialmente
diferentes de la mera actualidad. Siguiendo la línea de Giorgio Agamben en su
ensayo ¿Qué
es lo contemporáneo?, me gusta pensar lo moderno como un conjunto de
valores estéticos imperantes, ordenados por un paradigma que se desplaza en
cada época, y como lo contemporáneo como una relación que se tiene hacia lo
moderno.
De
esta manera, un contemporáneo es alguien que tiene una relación de parcial
adherencia y rechazo –y tal vez más esto último– frente a los valores de su
tiempo. En donde unos ven y han visto luz, el contemporáneo ve oscuridad; y
esta percepción de la oscuridad, según Agamben, depende de la neutralización de
las luces, del distanciamiento que le permite al contemporáneo ver el panorama
en perspectiva.
En
este orden de ideas, insisto, de una tendencia que ha dejado de ser
contemporánea, que ha agotado sus posibilidades, se desprende una respuesta –a
veces amigable, a veces hostil–, y es en esta cadena, de desprendimiento en
desprendimiento, que se ha tejido la historia de la literatura y del arte en
general.
En
efecto, esto ha sucedido con el Boom Latinoamericano. A finales de los setenta,
cuando ya el mundo había asimilado de alguna manera el fenómeno, y las
editoriales se habían encargado (ad nauseam)
de atiborrar librerías y bibliotecas de libros de los cuatro grandes del Boom
(Cortázar, García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa), así como de los ‘dioses
menores’ de ese nuevo olimpo, los lectores de Latinoamérica y de otras
latitudes encontraron nuevas voces de la siguiente generación, o de los viejos que
no fueron invitados a la fiesta. Entonces la crítica empezó a hablar del ‘Pos-Boom’,
de los ‘Novísimos’, de los ‘Posmodernos’. Juan José Saer, Ricardo Piglia, Juan
Villoro, Roberto Bolaño, Ángeles Mastretta, Andrés Caicedo, Antonio Skármeta…
los nombres abundan, y a Dios gracias.
El
asunto es que no es posible hablar del Pos-Boom como una cosa unificada,
homogénea, como un movimiento que incluye una serie de propuestas de
vanguardia, porque no es así. De hecho, el Pos-Boom se ha caracterizado por ser
una reacción bastante anárquica a los principales rasgos del Boom (sobre todo
en sus primeros momentos). En primer lugar, si bien el Boom Latinoamericano fue
la primera gran reivindicación de esta región del mundo en cuanto a las letras,
el Pos-Boom, a excepción de autores como Bolaño, no ha vuelto a llamar la
atención de lectores, profesores, autores, editores y críticos alrededor del
mundo; y si lo han hecho, no ha sido de la misma forma que sucedió con, por
ejemplo, García Márquez en su momento.
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En
segundo lugar, se han abandonado las grandes experimentaciones. Los autores
posteriores al Boom, por lo general, prefieren prosas más sencillas, estilos
más directos, pocos juegos con el lenguaje (excepto algunos, como Saer),
adoptan géneros desempolvados, como la literatura fantástica, la novela
histórica, el Hard Boiled, y, sobre
todo, el realismo –con sus matices y mezclas, claro–. Eso sí, el Pos-Boom es
tal vez mucho más técnico que su antecesor, y en el sentido más anglosajón del
término. La influencia de la técnica narrativa de los talleres, manuales y
programas universitarios de Escritura Creativa es más que evidente, sobre todo
con el objetivo de producir textos más efectivos, menos arriesgados, más
fáciles de vender. Encontrar obras del estilo de Rayuela, Aura o La hojarasca no es común, considerando,
más que nada, la crisis del libro en la que vivimos.
Adicionalmente,
teniendo en cuenta que muchos de los autores de esta nueva generación crecieron
en tiempos de dictaduras, la literatura del Pos-Boom suele ser más desconfiada
respecto a la política. No se ven compromisos políticos con ideologías en
crisis.
Es
difícil, por no decir imposible, predecir las nuevas vanguardias. ¿Tendremos
otra gran explosión, o definitivamente se acabaron las épocas de movimientos,
propuestas y reacciones furiosas frente a lo que ya no es contemporáneo?
No
sé. A veces pienso en eso.
Santiago Hoyos, 2017
epa, buen artículo papá
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