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Hay
un video en el que una mujer se sube a un ascensor en un edificio X, allá en la
USA, de noche. Ella tranquila, elegante, en lo suyo. Hundió el botón, se miró
al espejo, se peinó un mechón de pelo, todo bien… y cuando se iba a cerrar la puerta,
una mano blanca la paró: se entró un payaso. En serio. Estaba casi calvo, con
el pelo rojo, parado, largo… con un cuello blanco, emperifollado… la nariz
roja, grande, respingada, un globito en la mano… un payaso, pues. La puerta se
cerró y ella se echó para atrás, porque pues, sí, ¿no?
El
payaso le hacía caritas y ella alzó las cejas, pero se hizo la boba. La cosa es
que el ascensor empezó a subir y él nada que hundía ningún botón. La miraba,
quieto. La señora ya estaba nerviosa… y por ser amable le señaló los botones y
le preguntó que a qué piso iba. “Piso trece”, le dijo el payaso, como feliz,
pero malicioso... Entonces ella miró los números y nada: ¿Cuál piso trece? ¡Es
que allá en Estados Unidos no hay! La señora buscó el botón por buscarlo,
porque seguro que ya sabía que no lo iba a encontrar, y miró al payaso con cara
de “ay, ¿qué habrá pasado…?”, y en esas ya iban como por el piso doce y ¡pum!,
se frenó el ascensor antes de pasar por el catorce.
La
señora pegó un brinco y corrió hacia la esquina. Se fue la luz y volvió en un
segundo, pero era como roja, oscura... El payaso estaba muerto de la risa y
tenía colmillos en la boca. Se lo juro. La señora se puso histérica, empezó a
gritar, le pegaba a la puerta, se tapaba la cara, se daba duro en la cabeza…
metió la mano al bolso, sacó un revólver y todo… La luz cambió otra vez, normal.
El payaso se quitó los colmillos, le señaló una burbujita de plástico en el
techo y le dijo que sonriera a la cámara escondida, que tranquila, que feliz
Halloween. Se le acercó para calmarla, pero ella estaba como una loca. Lloraba,
se tiró al suelo, lo amenazó con el revólver, pero temblaba tanto que no podía
apuntarle bien. Respiraba hondo y se compuso un poquito cuando el payaso se le
alejó, diciéndole que ya, que tranquila, que eso era todo. Ella seguía llorando
¡pero de la furia! Miró a la cámara, le apuntó con el revólver y ¡taque, taque!
Se
oyeron otros dos tiros por el micrófono y no se pudo ver más.
Esto
pasó, usted verá si me cree. Por cosas como esas es que allá se saltan el piso
trece.
Josef Karolys, 2013
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