jueves, 27 de agosto de 2009

"Batracio Raúl Omar Sanduccini"



DOS

Y qué si huelo a muerto. Muerto estoy hace años. Me llamo Batracio Sanduccini y jugaba fútbol.

Aún recuerdo mi debut en primera. Tarde soleada de 1979, te maldigo. Minuto 38 del segundo tiempo. Mi equipo, Tiro Federal. Perdía por dos goles en cancha de Chacarita Juniors. Habíamos perdido cinco juegos seguidos y se veía en la cara del Chelo Rodríguez que no quería ser más DT de Tiro. Mira a la banca, ya resignado, como pensando ya estoy hasta el cuello, qué mas da. Y me dice: “Pibe... Sí, vos, calentá que vas a entrar. Sale Loeschbor". Yo salgo como con un resorte en las posaderas derechito a saltar, a girar, corro con pasitos rápidos, salto a dar cabezazos. Y el réferi que me llama: “Eh vos, pibe... ¿vas o no vas a entrar? Y yo corro a su lado. El uniforme me quedaba enorme. Sólo dieciséis años y ya debutando en primera. Tenía el número 23 en la espalda, el último que quedaba en plantilla. El balón sale y yo puedo entrar al campo. Pisé la grama y sentí por primera vez lo que era estar en un sitio donde podía ser yo mismo. Toqué tres balones. Dos goles y uno que le puse en la cabeza al carrilero izquierdo... Ro... Re... Edr... bah, no me acuerdo. Yo tenía dieciséis años y había hecho dos goles en primera. “¡Chacarita en ridículo por un chico de 16 años!", titulaba el Gráfico.

Al siguiente año estaba en Independiente. Esos años en Avellaneda fueron los mejores; cómo los maldigo. Mis actuaciones para el equipo rojo me llevaron a la selección. Un amistoso contra Nicaragua en Managua. Entré al minuto 82, mis ocho minutos con la Albiceleste.

Yo no estudié. Yo no se nada. Yo solo sé pegarle a un balón.

En la tarde de Domingo del 24 de Agosto de 1984, cuando apenas tenía yo veintiún años, entré al campo de Chacarita Juniors. Habíamos salido campeones ya dos veces. Yo era uno de los goleadores del equipo y seguramente pronto viajaría a Europa. Al minuto 38 del segundo tiempo le meto un túnel al central, hago una pisada fenómeno y quedo solo en el área con el arquero. Viene saliendo como para cerrarme el ángulo y veo un gol fácil, meto el botín bien por debajo del balón y le hago tremenda vaselina al arquero de Chacarita. Hasta ahí llegó mi vida. Hasta ahí. Graciani, el portero de Chacarita, al que le había marcado los dos goles en mi debut hacía cinco años, salió sin buscar el balón, salió a pegarme. Fue gol, ganó Independiente. Pero yo lo perdí todo.

Nueve años estuve fuera de las canchas. La rodilla no funcionaba. Vivía de la caridad, de lo que los hinchas de independiente habían juntado para ayudarme. Pero yo quería volver. Y otra tarde de Domingo, a mis 30 años volvía a las canchas haciéndoles tragar las palabras a todos los médicos que me vieron. Que no, que agradecé que caminás, que nunca más, que olvidáte. Otra vez Tiro Federal. Otra vez en segunda. Entro a los 24 minutos del segundo tiempo. El estadio lleno. A pesar de estar en segunda, todos iban a verme. La ovación se oyó en toda la provincia de Córdoba. Me agacho, toco la grama, la bendición y a jugar. Dos goles en tres temporadas...

Pasé a Huracán de Tres Arroyos. Tres goles en dos años. Treinta y cinco años y ya sin dinero, ya sin equipo. Seis meses parado. Y así, sin más, una mañana de 1998 recibo una llamada de Colombia. Que si quiero jugar en el Cúcuta Deportivo. Yo sólo quería jugar, aunque fuera un semestre más, aunque fuera en ese país de boludos. (Siempre pensé que éste era un país de boludos. Ahora sólo lo confirmo). Otro domingo, otro debut. De nuevo, sin goles, pero la gente estaba loca conmigo. Era un ídolo en Colombia. Programas de TV, comentarios de partidos, incluso me ofrecieron ser técnico del equipo mientras todavía era jugador. Jugué mal, jugué muy mal, pero seguían felices. Me pagaban mucho mejor que en Huracán. Tres años en el Cúcuta y descendimos. Era culpa mía, claramente culpa mía, yo era uno menos en la cancha. Pero en Colombia decían que no, que eran los técnicos, sus esquemas, la táptica y la ténica. Terminé en Medellín, esta ciudad anaranjada que huele a podrido, entrenando unos años las menores del Envigado. Renuncié. No aguanto los boludos Colombianos.

Lo único que me quedó de esas épocas balompédicas fue este apartamento. Un piso de mierda en el centro de una ciudad aún más de mierda. Lleno de vecinos de mierda, con porteros de mierda y pibes pendejos de mierda. A veces quisiera que Fernando Niembro me invitara a su programa. Que yo le dijera que no, porque no tengo plata, que vivo en la miseria, y él, generoso, hiciera una nota rosa en su programa para conseguir fondos que me regresen a La Argentina. Yo puedo dar lástima. Puedo dar mucha lástima Fernando, le diría.


Tomás Lopera

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