jueves, 20 de agosto de 2009

"Batracio Raúl Omar Sanduccini"

Foto: "Ashtray", LeoNn (http://leonn.deviantart.com/)


UNO
Abro los ojos, y a pesar de una espesa capa de lagañas, veo que ya hay sol calentando mis cobijas. El orificio de bordes quemados en la cortina que algún cigarrillo algún día encendió, se convierte en un desapacible enemigo para mi sueño profundo del que nunca quisiera despertar. Mis sueños en los que aún hago túneles y rabonas.

Debo poner algo para tapar ese agujero —pienso, como siempre desde ese algún día en que algún cigarrillo encendió la cortina—. Quiero un Marlboro. Estiro el brazo a la mesa de noche y entre las pastillas de colores que no recuerdo ya para qué sirven, el frasco de Milanta y las revistas de Condorito, encuentro lo único importante. El cartón de Marlboro. Me enderezo un poco y noto lo liviano que está. Miro al fondo y solo hay una cajetilla, ya abierta. La agarro, saco un cigarrillo, y pienso que tengo que conseguir otro cartón antes de dormir la siesta de la tarde. No puedo permitirme despertar sin un cigarrillo. El encendedor. Otra vez el brazo al nochero, tumbo algunas pastillas; el único rayo de luz en la habitación es el balazo solar que me despierta. El rayito pequeño redondo que da justo en mi rodilla izquierda. Como queriendo recordarme que por culpa de esa pierna lo perdí todo. Es inútil. Yo ya no recuerdo, sólo sueño. El encendedor... ¡Mierda! Agh, ya da igual. Me paro de la cama, el frío se cuela por el hueco del calzoncillo. Tengo que comprar otros calzoncillos también. Estos son los terceros o los octavos, qué se yo, que están a punto de deshacerse. Recorro la casa con mi capa gruesa de lagañas, mis calzoncillos rotos, la cicatriz de mi rodilla izquierda y el cigarrillo entre los dedos como si ya estuviera encendido. La cocina huele mal. No recuerdo la última vez que vino Candelaria a limpiar. Abro el gas. Huele a gas. El gas sigue abierto y yo aspiro un rato. Dos, tres minutos. Me pregunto qué tanto hay que dejar el gas abierto para que explote esta mierda de ciudad. Para que explote el mundo entero. Abro dos llaves más. Huele a gas. Con el cigarrillo entre los dedos, como si estuviera encendido, miro las estufas que lo llenan todo de gas. ¿Y si abro la válvula del horno?, seguro así es más rápido. Pero... ¿qué tan rápido? Quiero fumar. No hay tiempo para hacer volar este mundo en pedazos, quiero fumar. Hundo el botoncito —Tic, Tic, Tic, Tic, Tic—, Mierda, no te dañés ahora. —¡TIC!—. La chispa por fin y la llama que aparece en los tres fogones. Apago dos y prendo el cigarrillo. Mis planes de hacer volar el mundo se difuminan como todo lo que he querido hacer en la vida. Aspiro, placer delicioso este de matarse con cigarrillos. La muerte de los futbolistas venidos a menos: el Marlboro Rojo. Sé que no soy capaz de volar este mundo. Sé que no me puedo cortar las venas, que no puedo darle ese gusto a Graciani, el arquero de Tiro. Fumo como bestia para morir con clase. Para que al menos mi muerte tenga algo de Garbo. Ya estoy estornudando. Espero con ansias escupir sangre. El asma. Una muerte con clase, con Marlboro Rojo.

—Buendía como stá, como liaído salasamentaria mickey a la orden para servirle.
—Necesito cigarrillos.
—¿Señor?
—¡Necesito el puto cartón de cigarrillos que me traés siempre, pendejo!

—Ah, es usted, Señor Sanduchín...
—¡No, idiota, soy la madre que te parió! ¡Tráigalos rápido! ¡Y no es Sanduchín, es Sanduchini, le he dicho mil veces!
—En este momento Jorgito está entregando algo en la cuadra del frente. Apenas llegue, se los envío. ¿Le parece señor Sanduchín?
—¡Mierda, que sea rápido, que ya solo me quedan tres cigarros! ¡Ah! Y mándeme un encendedor...

El cigarrillo se mueve de arriba abajo en su boca mientras habla por el teléfono.

Ineptos. Colombianos ineptos. Le pido un puto cartón de cigarrillos diario y no reconoce mi voz, la voz de Sanduccini. Ni siquiera sabe pronunciar mi apellido. ¡Mierda, odio este país! Vuelvo a la habitación, tomo otro cigarrillo y lo enciendo con el que aún tengo en la boca. Voy a la cama y pienso que debo tapar ese hueco en la cortina la próxima vez que me pare. Enciendo la TV. Vanesa no se qué y su faja térmica, Padres e Hijos, otra novela... y un tipo hablando pavadas en Teleantioquia. Veo Padres e Hijos un rato. Nosequé pasó con un niño regordete y está llorando. No es tan malo el programa este. Siempre es bueno ver niños que lloran. Suena el timbre, es Jorgito con los cigarrillos. Brazo al nochero, abro el cajón, saco la plata, y veo que ya no hay mucha. Camino a la puerta, le abro, arrebato los cigarrillos de sus manitos de pendejo, y cierro la puerta. Espero ahí parado un rato, hasta que vuelve a tocar. Abro. Mira al piso, levanta la cabeza y estira la mano. Dice algo que no oigo.

—¿Qué querés niño?
—La plata don Batracio.
—¿No te pagué?
—No señor.
—¡Estoy seguro que pagué!

Veo sus ojos, a punto de soltar la primera lágrima, como el niño regordete de Padres e Hijos, sólo que éste es aun mas conmovedor, mas gracioso. No aguanto más y le doy la plata. Tiro la puerta y abro el cartón, saco una cajetilla, un cigarrillo, voy a encenderlo. ¡Puta! El idiota del niño no me dio el encendedor. Doy dos pasos rápidos, como queriendo recordar correr, abro la ventana y lo veo abajo. Grito con esta voz ronca de fumarse un cartón de cigarrillos al día: “¡PENDEJO IMBÉCIL, EL ENCENDEDOR!" El mira arriba asustado y mete la mano al bolsillo. Entra al Edificio corriendo. Seguro está que se caga del susto. Unos segundos después se abre el ascensor, yo espero en la puerta. El sale, da los diez pasos enanos que tiene que dar hasta llegar a mi puerta y me da un encendedor Tokai azul. Se queda parado esperando que yo lo llame Pendejo y le escupa un poco en la cara mientras le grito. Le escupo en la cara mientras le grito ¡PENDEJO IMBÉCIL! Y él sale mirando el piso hacia el ascensor.

Le quiero al pibe. Con estos años le he cogido cariño. Tal vez un día le regale el trofeo de goleador del apertura 86 que tanto mira cuando me trae los cigarrillos, los enlatados y la bolsita negra.
Tomás Lopera

2 comentarios:

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