domingo, 16 de septiembre de 2007

"Along The Tides of Time", Santiago Gavíria


Along the tides of time
I come to you
And we talk again:
-Blame me here,
or abduct me from this pain
Let me see my real face
I´m scared, you´re away
Distant
Cold as glassed;
I, Lost as reflected.

Praise toward me
Show me beautiful
Exploit my dearest look
Drag me back to me
Make myself my beloved hero
I save me as ...
... you image me in return
I inquire you my best-self.

I, and pain again
This man, as unsaid as always
A foreigner in his own Reign
Forgotten and never recovered
Blasted by a noisy silence
Then glowed apart ...
... and as a heavy light,
blacked back from you.

Am, --as shrinked and shattered,
As dusty and foggy, as liar,
I myself, a mirror? An other?
Is this pain another´s face,
and this face another´s pain,
Is this I of whom I result,
or is that you and I your shade
The blurred mask of a no-oneness?

*


Nota del autor:


El artista Se descubrió a sí mismo, su reflejo le fue inmanente y así él a su reflejo. Él frente a sí mismo y sí mismo frente a Él. Se despojó de su vanidad, se interrogó exigiéndole a su reflejo su verdadero rostro.

Se imploró, frente al espejo, descubrirse su intimidad más íntima, su belleza. Y la vio, creo, a fuerza de mirarla verlo.

Siendo el auto reconocimiento del artista un tema central de su literatura, y el tema de esta pieza, quise aportar también este corto texto que escribí en seguida de leer por primera vez las traducciones de los Poemas en prosa de Oscar Wilde disponibles en la Embajada.

Más allá de una noción del arte, lo que yo personalmente identifico en Wilde es una preocupación por la posibilidad del arte como expresión máxima de lo humano, y eso obligatoriamente conduce a una reflexión sobre el artista.

Y ésta comienza en Wilde justamente con el auto reconocimiento: el artista lo es sólo cuando se reconoce como tal y es a partir de ese momento que toda su vida como esfuerzo se resolverá hacia el único propósito de expresarse, porque haciéndolo se afirma, se reconoce, se encara, vuelve a sí.

Es así como Wilde encuentra indisolubles al arte y a la vida del artista. La reflexión del artista sobre la realidad y la condición humana (la vida) supera a la del pensador puro o crítico porque lejos de ser apenas un proceso intelectual para dotar a las cosas de significado, en el artista esta reflexión comprende un intercambio de significado entre su espíritu y el espíritu de las cosas, es una reflexión de sí en las cosas y de ellas en sí.

Soy consciente de que detrás de toda esa belleza, por satisfactoria que parezca, se oculta el espíritu del que esas formas coloreadas no son más que manifestaciones; y es con ese espíritu con quien deseo armonizar. Me hastían las fórmulas articuladas de los hombres. (Wilde, 1988: 105).

No sólo Wilde identificó al arte consigo mismo, con la vida, sino además con la experiencia del sufrimiento. Es a través del dolor que el artista se busca y se alcanza, que entra en contacto con su alma, que su expresión transforma la realidad para reflejarlo en ella.

En cualquier caso el sufrimiento es el supremo prototipo tanto de la vida como del arte. (. . .) La verdad en el arte es la unidad de algo consigo mismo; lo exterior convertido en expresión de lo interno; el alma encarnada; el cuerpo animado por el espíritu. Por esa razón no hay verdad comparable al sufrimiento. (…) El placer está hecho para los cuerpos bonitos; el sufrimiento para las almas hermosas. (Wilde, 1988: 66).

Comprendió esto de manera definitiva al final de su vida (1) y fue en realidad en esa última reflexión sobre el sufrimiento donde alcanzó su máxima reflexión; el dolor desnudó y develó su alma de profundis --desde lo profundo-- como sabía y esperaba que iba a ser su destino. Vio al sufrimiento como un continuum haciéndolo comparable con la vida y con el arte. El sufrimiento le devolvió su verdadero rostro.


(1) El De profundis es una carta a su amante escrita durante su estancia en la prisión Reading, un par de años antes de su muerte.


* Wilde, Oscar. De profundis. Trad. Marta Pérez. México: Distribuciones Fontamara, 1988.


Santiago Gavíria, 2007

sgaviria@gmail.com

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