domingo, 11 de febrero de 2007

"El Rostro Verde" (Fragmento), Gustav Meyrink


Capítulo XI
"Cogió el rollo y se forzó a leerlo, pero sus pensamientos se perdían en la búsqueda de Eva tras de cada línea. Cada vez que fijaba su atención en el papel se decía a si mismo que era una idiotez estudiar unas cuestiones tan puramente teóricas, tan desconectadas de la realidad, en un momento en el que cada minuto debía dedicarse a la acción. Estaba dispuesto a encerrar el cuaderno en el escritorio cuando sintió muy claramente que se hallaba dominado por una fuerza pérfida e invisible. Se detuvo un instante para reflexionar, pero más que reflexionar, lo que hizo fué escuchar. -¿Qué fuerza interna extraña e inquietante es ésta -se interrogó a si mismo- que suplanta a mi propio Yo y me obliga a hacer lo contrario de lo que había decidido un minuto antes?. ¿Quiero leer y no voy a poder?. Hojeó nuevamente el libro, y cada vez que le surgía una dificultad volvía a asaltarlo el mismo pensamiento insistente: "Déjalo ya, no vas a encontrar el principio. Es un trabajo inútil". Puso en guardia a su voluntad para no permitirle entrar. Su vieja costumbre de auto-observarse exigía una vez más sus derechos. -¡Si por lo menos pudiera hallar el principio! -gimió dentro de el una voz engañosa e hipócrita mientras pasaba las hojas mecánicamente. El texto mismo le dió entonces la respuesta. "Es el principio -leyó en un párrafo al azar, sorprendido de tropezarse justo con esta palabra - que le falta al hombre. "No es que sea difícil encontrarlo, el obstáculo consiste en la idea obsesiva de tener que "buscarlo". "La vida es misericordiosa, nos regala un comienzo en cada instante. A cada segundo, nos es planteada la cuestión: ¿quién soy yo?. Pero no somos nosotros quienes la planteamos, por eso no encontramos el principio. "Cuando nos la planteemos seriamente, habrá llegado el día en cuyo crepúsculo morirán aquellos pensamientos parásitos que se habían introducido en la fiesta de nuestra alma, para asistir al banquete. "El arrecife de coral que ha ido construyendo a lo largo de milenios y al que llamamos "nuestro cuerpo" es su obra, su nido, su refugio. Para hacernos al mar, primero tenemos que abrir una brecha en el arrecife de cal y arcilla, y luego tenemos que disolverlo para que vuelva a su estado espiritual original. Más tarde te enseñaré cómo construir una casa nueva con las ruinas de este arrecife". Hauberrisser depositó el rollo sobre la mesa para meditar un poco. Poco le importaba ya que la página fuera un borrón o una copia de una carta que el autor dirigía a un desconocido, la segunda persona empleada en el texto había conseguido capturarlo, hacerle creer que él era el único destinatario. Decidió interpretar el manuscrito en este sentido de ahora en adelante. Reparo especialmente en una cosa: el escrito, a veces, se parecía a un discurso tal como hubieran podido pronunciarlo Pfeill, Sephardi o Swammerdam. Ahora comprendía que los tres estaban impregnados del mismo espíritu que emanaba de la agenda enrollada, los tres se habían convertido en una especie de dobles para lograr que el pequeño señor Hauberrisser, actualmente tan desamparado y tan hastiado del mundo, se transformara en un ser realizado. "Ahora escucha lo que tengo que decirte: ¡Armate para los tiempos venideros!. Pronto el reloj del universo dará las doce, la cifra es roja y está bañada de sangre. Por este signo la reconocerás. La primera hora nueva será precedida por un huracán. Vela para que no te sorprenda dormido, porque los que entren en el nuevo día con los ojos cerrados seguirán siendo las mismas bestias de antes y ya nunca se despertarán. Existe un equinoccio espiritual. La primera hora nueva de la que te he hablado es un punto de inversión a partir del cual la luz se coloca en equilibrio con la oscuridad. Durante otro milenio más, los hombres aprendieron a dominar la naturaleza y a descifrar sus leyes. Bienaventurados aquellos que comprendieron el "sentido" de tal trabajo, los que captaron que la ley interior es igual a la exterior, pero una octava más alta. Estos son los llamados a la cosecha, los demás son siervos que labran la tierra con la vista inclinada. Desde el diluvio está oxidada la llave que abre nuestra naturaleza interior. La clave es estar despierto, estar despierto lo es todo. De nada está más convencido el hombre que de estar despierto. Pero en realidad se halla preso en una red de ensueños que él mismo ha tejido. Cuanto más apretada esté la red, más sólido sera el reino del sueño. Los que se enredan en ella duermen, andan por la vida como manadas hacia el matadero, apáticos, indiferentes, sin pensar. Los soñadores de entre ellos no ven sino un mundo enrejado a través de las mallas, no ven sino porciones engañosas, no saben que se trata de fragmentos desprovistos de sentido de un todo gigantesco, y guían su conducta por ellos. Tales soñadores no son los poetas ni las personas fantásticas, como podrías creer. Son los hacendosos, los laboriosos, los incansables de este mundo, los roídos por la rabia de actuar. Se parecen a feos escarabajos afanándose por escalar un tubo liso, escalarlo y volverse a caer una vez arriba. Se imaginan que están despiertos, pero lo que creen vivir no es en realidad más que un sueño predeterminado hasta en el menor detalle y en el que la voluntad no tiene ninguna influencia. Ha habido y hay algunas personas conscientes de que sueñan, son pioneros aproximándose al baluarte. Detrás de ellos se esconde un Yo eternamente despierto, videntes como Goethe, Schopenhauer y Kant, pero carecían de las armas imprescindibles para "tomar al asalto" la fortaleza y su llamada a la lucha no despertó a los dormidos. Estar despierto lo es todo. El primer paso es tan sencillo que está al alcance de cualquier niño. El que no sabe cómo se anda no quiere renunciar a las muletas heredadas de sus antepasados. Estar despierto lo es todo. Está despierto en todo lo que hagas. No creas que ya lo estás. No, estás durmiendo y soñando. Junta todas tus fuerzas y, durante un momento, oblígate a sentir cómo recorre tu cuerpo esta sensación: ¡ahora estoy despierto!. Si consigues experimentar esa sensación reconocerás inmediatamente que tu anterior estado era como el de un sonámbulo, como el de un drogado. "


Tomado de: La Página Castellana de Gustav Meyrink

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