martes, 26 de diciembre de 2006

"Dios en las alturas", Juan Esteban Villegas


Por razones médicas nunca esclarecidas, Clemencia fue ciega de nacimiento. Su madre, una viuda ninfomaníaca, estuvo siempre a su lado, guiándola día tras día hasta que su hija pudo aprender de memoria la geografía de su inmensa casa. Para Clemencia, cada alcoba, cada rincón y cada pared tenían su olor propio. Su alcoba, por ejemplo, despedía un tenue olor a cerezo; la de su madre olía a sexo e incienso; el baño desprendía un denso olor a musgo; la sala hedía a azufre y a madera vieja, y aquel largo corredor, donde ella solía jugar con sus muñecas desnudas y descabezadas, atufaba, según ella, a pus.

Su madre, una mujer robusta, barbada, de manos bruscas, rostro enjuto y que olía a cigarro, siempre vestía púrpura y nunca se quitaba aquella camándula que colindaba con sus voluminosas tetas. Cuando ansiaba falos, enloquecía, y era su pobre hija quien recibía los cándidos y febriles batacazos, tanto físicos como emocionales, de una madre a quien ella nunca había visto. Clemencia apenas fruncía el ceño y con piadoso estoicismo se dirigía a su dormitorio.

Una vez allí, y oyendo aun la gritería, se masturbaba. El clímax y la cesación de los gritos de su madre siempre coincidían. Clemencia reía.

Una vez aprendió braille y después de haberse quitado el disfraz de infanta, Clemencia abandonó a sus peponas, y a petición suya, su madre le consiguió una Biblia. Todos los días, después del desayuno y sin lavarse los dientes, ella acomodaba su lunareja y barrosa espalda contra las mugrosas paredes del corredor. Permanecía largas horas devorando ávidamente las sagradas escrituras. Las historias de Sodoma y Gomorra, los proverbios y el relato de Job eran sus preferidas.

Una noche de agosto – viernes, quizás - Clemencia se halló en su cuarto comiendo maná y escuchando a Paganini. Su madre, quien se encontraba en la sala, conversaba a unos decibelios altísimos con un hombre de voz regia. Apago la música, y con nariz respingada y concentrada en el aroma a musgo, salió de su cuarto en busca del excusado.

A su paso por la sala, oyó a su madre cantar con frenesí.

- Desde muy pequeño quise siempre ser algo en la vida, para ofrecer a mi vieja sueños que mi mente creo...

Tras brindar y soltar bruscamente la copa de aguardiente sobre la mesa, esta llamó a su hija para que saludara a su invitado de honor. Sin ánimo alguno y con la mirada taladrando el piso, Clemencia extendió su mano. Las velludas y fuertes manos de Epifanio entraron pronto en contacto con las delicadas más sin embargo laceradas manos clementinas. Su madre sonrió.

Les explicó que debía de hacer algo que nadie mas podía llevar a cabo por ella y luego de forcejear con Epifanio para que éste la soltase, salió derechito hacia el baño. Una vez allí, acercó los dedos a su nariz para intentar retener el aroma a macho. De uno de los bolsillos de su deshilachado jean, sacó unos cuantos granos de maná, los masticó, se mordió el labio y luego se entretuvo con su sexo.

Al salir del baño, notó que la voz de su madre ya no se entrelazaba con el aroma a azufre tan propio de la sala. Aquellos licores que estaban siendo fundidos en un paladar que no era el suyo seguían siendo vertidos en las copas. El invitado seguía ahí. Al verla, se le acercó y luego de acariciarle la espalda, le puso las manos sobre sus hombros, y de un brusco tirón la puso en rodillas.

Entiendan que no me hiere odio, egoísmo y rencor/ yo se recorrer con fuerza/ luchando en cualquier terreno/ cuando la baja calaña/ se muerde al oír mi voz...” - cantó Clemencia en su mente.

Sin musitar palabra alguna, el sujeto expuso su sexo a la intemperie, a la altura de su crisma. Y entonces nuestra niña, arrodillada y con lágrimas en los ojos, advirtió que la posibilidad de que existiese un Dios quien la miraba por encima suyo, era factible.
Juan Esteban Villegas, 2006
juanvillegas@optonline.net

2 comentarios:

  1. Hola !

    ¿cómo se llama la canción? (esa que Clemencia cantó en su mente)

    Te agradecería el dato :)

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  2. Hombre, no te sé decir. Preguntále a Juan Esteban en el correo que aparece ahí, o en este: sacrilegiopaisa@hotmail.com

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