lunes, 8 de enero de 2007

"Diálogo entre un poeta y su musa", Juan Esteban Villegas


"EL VERBO NO SE HIZO CARNE...

PERO SI VERBO LA CARNE"

Año 1733. Es tarde. Las candilejas ya devoran el aceite. En una sala inmensa, acicalada con cortinas color púrpura, se encuentran un par de jóvenes. El es poeta. Ella es hija de Ovidio Osorio, conde de Gardenia. El preludio No. 1 en Do mayor de Bach, le da un matiz cuasi barroco al asunto. Hace frío.

Ella (con tono imperativo): Quiero que hagáis un retrato mío, con toda mi complexión a la intemperie. Os debéis de apresurar, mi padre no tardará en arribar.

El (mientras mastica una manzana...): De verdad os digo que no me siento digno de charlar con la pintura; el pincel se me hace ajeno. Yo soy un hombre de versos, no de oleos.

Ella (aniñada): Que me pintéis, os digo. Nunca os he pedido nada.

El: Es cierto. Que inteligente que sois. Bien sabéis que no poseo regazo alguno en el cual caer. Tan solo soy amo de mis adjetivos. Aun así, me rehúso totalmente a veros así, vestida de Eva, mientras mi poema llora por verse atado a una hoja de papel insípida, y no a la carne.
Ella (arrebatándole la fruta de la boca y pateando sus libros): No empecéis a metaforizar las cosas. Quiero que agarréis un bendito pincel y un pedazo de tela para que allí tracéis mi cuerpo en ella. Nada más.

El (organizando sus textos de nuevo): Y a cambio, ¿con que habréis de recompensarme?

Ella: Mi sudor, mi almohada y su dueña.

(Se dio paso a una fiesta pagana. Las brujas cantaron, los faunos lloraron, Dios se baño en vino en compañía de la lujuria. La ternura se acomplejó. La luna se cubrió los ojos y los árboles ulularon. El cataclismo duró cuatro siglos).

Año 2006. Esta de noche. No hay nadie en la casa de la niña. La pieza huele a incienso, el computador esta prendido y vomita, por sus parlantes, musiquita de Björk. El tipo es medio hippesco. Ella es una burgacha.
El: ¿A vos te gustaría que te pintara con mayor asiduidad?

Ella: No solías ser un hombre de oleos, pelao’. Vos mismo me lo dijiste.

El: El día en que acepté pintarte, aborté mis versos.

Ella: Si, ya voy. Vos metaforizaste el erotismo. Se supone que los amantes deben de proceder escuetamente, sin mucho carameleo.

El (sumiso): Te quise elevar alto, nada más. Además, (sarcásticamente) soy pintor, no amante.

Ella (riéndose): Y lo lograste. Me bañé con estrellas.

El: Y entonces, ¿qué tanto alegás?

Ella: Metaforizaste el acto. ¿Acaso no captás?

El: No, en absoluto. Explicáme.

Ella: Encantada. Pintáme de nuevo y luego hacé de mis muslos dos versos; de mi vientre la cadencia de los mismos; de nuestros febriles gemidos, su lirismo, y de mis pechos, tu léxico.

El: Eso, precisamente, fue lo que hice casi cuatrocientos años atrás. ¿De qué hablás?

Ella: Entonces si me entendiste. Que man tan pícaro. Ahora bien, (con aspereza) quiero que ésta vez escribás algo mucho más desgarrador y asfixiante. Y dejemos que la poesia misma, nos pinte. ¿Listo?

El (algo reacio): No. No mezcles las artes.

Ella: ¿Vos venís acá a hablarme de mixturas, cuando hace cuatro siglos, inclusive a expensas de la Inquisición, vos hiciste de la carne y el verso un amasijo super bacano?

El (evasivo): Se nos hace tarde. Dale rápido. ¡Ah!, y decíle a la poesia que traiga pinceles y que compre manzanas.

(Tremenda farra la que se arma. Los cucuyos cantan, el clavito que sostenía el crucifijo se dobló y una botella de whiskey da tumbos por el piso. La luna se cubre los ojos y los árboles ululan. El cataclismo aun persiste).


2007

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